De boticas y boticarios



Toda civilización se preocupa por la salud de su pueblo, es así como tenemos desde los inicios de la humanidad, en cada tribu, clan o aldea, a personajes dedicados a mantener el bienestar físico y espiritual de cada individuo. Casi por normal general, eran los sacerdote, brujos o chamanes los encargados de esto. No es casualidad entonces que en Chile colonizado, fueran los sacerdotes jesuitas los que tuvieran el dispensario de medicinas más completo y grande del reino. Claro que eran ellos quienes decidían qué enfermedades se sanaban con un tónico y cuales con un buen Avemaría...

La más antigua de las boticas de la capital de Chile fue la del Hospital San Juan de Dios, fundado aproximadamente entre 1552 y 1554. En un principio fue administrada por el Cabildo, quien designaba al Mayordomo y cualquier ciudadano podía atenderse allí y hacer uso de su medicamentos. En ese tiempo se le conocía como el Hospital real. Ya para 1617 se le entregó el patronato a la Orden San Juan de Dios desde ese año hasta 1823 cuando, en plena República, el estado decidió hacerse cargo de la salud pública. Durante los primeros años de la administración religiosa, la botica pasó a ser de uso privado, pero, con el correr del tiempo y las necesidades apremiantes, volvió a ser pública pero no con la calidad y variedad de su competidora principal, la Botica de los jesuitas.

La primera botica pública del país, perteneció a Francisco de Bilbao, nacido en 1528 y que regentaba una botica en Lima. Llegó a Chile en 1549 con Francisco de Villagra y comenzó su negocio en 1556, pero no le fue muy bien ya que existen quejas en su contra "por cuanto en esta ciudad se quejan públicamente muchas personas que Francisco Bilbao, boticario, vende a muy excesivo precio las medicinas que vende y recetan en su botica". (Mal endémico de este país desde los inicios).

Es probable que esta haya sido traspasada a Gonzalo Bazán, polémico médico que ya el 11 de Enero de 1557, presenta una denuncia en su contra de por andar "untando" (con mercurio) indios sin ningún acierto, como dice el procurador de la ciudad "me parece cosa conveniente mirar y requerir el hospital, que Bazán lo cura y unta muchos indios de ellos, los cuales como no se guardan, se mueren todos". Se le dio a elegir a Bazán entre seguir de médico o farmacéutico. Eligió lo último. Claro bajo la condición de que "en la Botica no receta cosa alguna de la Botica".

Aun así, pese a la prohibición de ejercer como médico, en 1563, fue cuando se dedicó a "sanar" a Francisco de Villagra, según cuenta González Marmolejo, que Villagra, sintiéndose con insufribles dolores articulares en los pies, probablemente gotosos, "encomendose a un médico que tenía plática en dar unciones con azogue preparado con muchas otras cosas, se puso en sus manos. El médico, llamado bachiller Bazán, le tomó a su cargo, aderezándole un aposento que estuviese abrigado por ser en mitad del invierno, lo comenzó a curar, estando siempre este médico con él. Como las unciones le provocasen sed, estando el médico un día ausente, pidió a un criado suyo le diese una redoma de agua, no se la queriendo dar, porque la orden que tenía era ansí, no dándosela su criado se la dió un pariente suyo, casado con una hermana de su mujer, llamado Mazo de Alderete, de la cual agua bebió todo lo que quiso. Acabado de beber se sintió mortal y mandó llamar al médico que le curaba: luego que vino, tomándole el pulso le dijo ordenase su ánima, porque el agua que había bebido le quitaba la vida: hízolo ansí, que se confesó y rescibió los sacramentos de la Iglesia". Villagra falleció a raíz de esos sucesos el 15 de Julio de 1563.

Francisco de Villagra muerto por unciones de mercurio

Volvamos a las boticas. La Compañía de Jesús llegó a Chile en 1593 y dos años más tarde comenzó la construcción del convento y el Colegio Máximo de San Miguel en el solar que ahora ocupa el antiguo Congreso Nacional en Santiago, esto es, entre las calles Bandera, Compañía, Catedral y Morandé. La botica funcionaba por el costado de Morandé. Hacia 1613, ya se documenta la existencia de la botica como dispensario de medicamentos para los enfermos de la orden. Posteriormente, en 1644 se transformó en botica pública aunque existe documentación respecto de la adquisición de un establecimiento particular en 1647 y la exigencia de poner a un farmacéutico especializado traído desde España para iniciar su funcionamiento.

No era la única farmacia del reino, pero sí la mejor y y más equipada. Con fecha 8 de Julio de 1644, el farmacéutico Andrés Ruiz Correa, que desde hace algunos años tenía oficina en Santiago, se presentó al Cabildo a requerir su apoyo para que los jesuitas cerrasen la suya ya que la competencia derivada de su apertura al público general afectaba gravemente su negocio. Para solucionar el problema, se decidió que la farmacia de don Andrés pasara a ser parte de la Botica de los Jesuitas y la venta se llevó a cabo el 30 de septiembre de ese mismo año.




Aprovechando la oportunidad y renombre, los jesuitas, ni tontos ni perezosos, decidieron subir los precios de sus productos generando una queja formal de parte de los vecinos tal como dice el informe del procurador en 1646 "que hay muchas quejas en la ciudad de que en la Botica de la Compañía de Jesús se venden las medicinas por muy subidos y exorbitantes precios, cosa que quiere grave remedio". Por lo tanto, se decidió transformarla en Botica pública, esto es, sujeta a las leyes de la Corona española que ejercía un control estricto sobre las farmacias, validando los precios de sus productos, calidad de los procesos y formación académica de sus responsables.

El terremoto del 13 de Mayo de 1647 destruyó gran parte del Colegio Máximo y la Botica fue seriamente dañada, pero, conforme la necesidad de la gente, la restauración se inició rápidamente transformándola en una de las más grandes y mejores de las colonias americanas.

En 1748 llegaron a Chile tres hermanos jesuitas provenientes de Alemania. Eran farmacéuticos graduados en Europa: José Zeitler, Juan Seither y Juan Schmaldpaner.

Del gran aporte de estos jesuitas no cabe duda. Sin embargo, el que más destacó por su dedicación a la botica y al estudio de la farmacopea de la antigüedad, de la europea moderna e incluso de la americana indígena, fue José Zeitler.

Zeitler nació en Waldsasse, en Baviera, en 1724. Ingresó a los 22 años a la Compañía de Jesús como hermano con el título de farmacéutico. Al llegar a Santiago tomó a su cargo la botica, que ya tenía un enorme prestigio a nivel local. Trabajó en la botica por más de 22 años seguidos. Con gran dedicación y celo era un personaje estimado por toda la comunidad. Atendía tanto de día como de noche, sin distinción de clases, dedicado a su vocación de manera ejemplar.

La botica de los jesuitas de Santiago fue además un lugar en donde se tuvo una biblioteca de primer nivel. Con el paso de los años, el mismo hermano Zeitler juntó una bien dotada biblioteca con libros de farmacia, medicina, cirugía y química que sumaban más de 100 volúmenes en 1767 año en que fueron expulsado los jesuitas del territorio nacional.


Plano del Colegio Máximo de San Miguel

La botica, al estar anexada al Colegio Máximo de San Miguel en un principio debía correr la misma suerte que el colegio. Sin embargo, debido a la importancia que había adquirido en la comunidad, el Cabildo decidió mantenerla funcionando. Cinco años demoraron en encontrar alguien que pudiera reemplazar al hermano Zeitler. Finalmente ésta fue entregada a don Salvio del Villar y Jach, en junio de 1771. José Zeitler entonces fue enviado a Valparaíso en donde quedó detenido en el Convento de San Juan de Dios, siendo enviado al Perú en febrero de 1772, cumpliéndose así la orden de expulsión de los jesuitas de Chile.

Estaba emplazada dentro de la clausura del colegio, cerraba a mediodía y en las noches por lo que se les solicitó en 1696 que "se abra una ventana a la calle y que se disponga que esté común a todas horas y que esté sujeta a la visita, para el conocimiento de las medicinas". Pero a 1710 todavía funcionaba de la misma manera pero había ampliado sus instalaciones, aumentado su personal y equipo de trabajo.

El Colegio Máximo de San Miguel era un edificio de dos pisos que en su parte principal estaba construido de ladrillo  y contenía ocho patios circundados de espaciosos corredores con nutridas habitaciones. Los patios, según el destino de los edificios que a ellos daban eran conocidos por diversos nombres: el más amplio, el de los estudiantes; daban a la Capilla del Colegio, la Biblioteca, llamada la librería, la sala de estar o el quiete, las salas de estudio y otras dependencias; el patio de la portería, el del pozo o de la procuradoría y el quinto patio era el de la Botica.




Esta ocupaba un extenso salón que por una de sus puertas daba al patio ya mencionado y por otra a la calle de la que se encontraba separada por una reja. Sus muros estaban llenos de estantes que contenían 311 cajones y dos sotanitos. En las paredes, entre los estantes y el techo, habían tres hornacinas, una con la imagen de San José y las otras dos con imágenes de Nuestra Señora de la Purísima, aunque solo una estaba vestida con "túnica de glasé, manto de brocato con franja de plata, zarcillos de perlitas y corona de plata de filigrana".

En medio del salón, un gran mostrador con sus cajones y sobre este "dos medios ancos de fierro y pendiente de arriba una varilla de fierro que pasa por todo el largo del mostrador de que penden las balancitas".

Frente a esta sala se encontraba el doblado con estantería colocada sobre pedestal y en ella 126 cajones, con tiradores de fierro y madera de laurel y un tinglado donde se encontraban instrumentos como  filas, retortas y alambiques.

Un tercer cuarto hacía de esquina en el patio y tenía "tres andanas de estantes de tabla corridas" usada como bodega.

En su inventario encontramos más de 900 productos como materia prima para otras preparaciones, un sinfin de frascos, limetas y redomas, botas de estaño y peltre, frascos de cristal, cucharas y espátulas. Alambiques, retortas, embudos, orinales y un almirez en vidrios de Bohemia y España. De cobre y bronce habían peroles, perforato, caceta y morteros. Pailas, sartenes, crisoles, lebrillos, tachos y demás. También braseros y una canaleta para fundir piedra infernal, que todavía se usa pero se conoce como Nitrato de Plata para quemar verrugas. Entre estos miles de utensilios y otros más, había también un esqueleto bien conservado y un embrión.

Ahora bien, una cosa es que en esos años fuera considerada una farmacia de prestigio, pero al revisar sus recetas y compuestos, la verdad, con algunas se ponen los pelos de punta. Cabe destacar el uso amplio de la herbolaria y las bien conocidas "agüitas" que tanto recomiendan las abuelitas para todo mal.

Entre sus productos se podía encontrar:

  • Acacias de distintas especies
  • Aceite de canimé
  • Aceite de oliva
  • Aceite de María
  • Aceite de Vulpino (extraído de zorros)
  • Agno Casto (para tener deseos puros)
  • Distintos tipos de aguas, incluida el agua de las Carmelitas
  • Antimonio diaforético (antipirético)
  • Bálsamo anodino (Analgésico tópico)
  • Bálsamo de cachorros (a base de perros recién nacidos)
  • Cachanlangüen (de la flora autóctona de Chile. Útil contra la fiebre, dolor de estomago, antihelmíntico, antipirético, anti ictérico y e incluso para el reumatismo)
  • Castóreo (extraída de castores. Útil en casos de histeria, hipocondrismo, apoplejía, parálisis y epilepsia)
  • Cráneo humano (para la epilepsia)
  • Euforbio (es el látex. Se usaba para dolores articulares)
  • Aceite de alacranes (dolor de oídos)

Una revisión más detallada de las recetas y productos, lo dejaré para una próxima oportunidad.



Fuentes:
- Médicos de antaño. Benjamín Vicuña Mackenna
- Hospitales fundados en Chile durante la Colonia. Enrique Laval.
- La Botica de los jesuitas de Santiago. Enrique Laval

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