Cuando las ofensas se lavan con sangre : El duelo de Carrera y Mackenna



Hacia 1814 tanto el ejército como la población civil del país se hallaba dividida en dos grandes bandos: los seguidores de Carrera y los de O'Higgins.

Sobrevino el desastre de Rancagua y el exilio fue masivo hacia Argentina; y se fueron tal cual estaban acá, en dos bandos separados y enemistados entre si.

El gobierno de Buenos Aires, manteniéndose oficialmente en estricta neutralidad respecto de los partidos que dividían la revolución de Chile, en la realidad no lo era, ya que, a través de su delegado en Santiago, don Bernardo Vera y Pintado, se informaba del estado interno de la situación del país y éste aludía a los Carrera como los gestores de la guerra civil en la que se encontraba Chile frente al enemigo común, culpándolo de esta forma, de la pérdida de la causa por su atolondramiento, arrogancia y nepotismo.

Tan claras eran sus simpatías que cuando en Mayo de 1814 llegó a Argentina el Brigadier Juan José Carrera exiliado por el gobierno de Chile, se ordenó, en forma reservada que se le mantuviera bajo vigilancia informando cada uno de sus movimientos. En cambio, cuando fue desterrado el brigadier Juan Mackenna por orden del gobierno de Carrera, fue recibido sin reservas y con autorización de libertad de movimientos.

Miles de chilenos parten a Mendoza luego del desastre de Rancagua

San Martín temía que su provincia fuera invadida por los realistas que seguían a los chilenos y solicitó autorización para levantar defensas en la ciudad. Para ello se le enviaron refuerzos y la orden de organizar la migración enrolando a todos los soldados disponibles bajo la bandera del Ejército Libertador. Salió a recibir a O'Higgins pero no a Carrera que venía más atrás. Y tuvo su primer encuentro con ellos a raíz de las quejas de José Miguel por la falta de reconocimiento a su cargo y al tratamiento que se le daba.  

La situación en Mendoza se hacía insostenible. Carrera acusaba a O'Higgins y sus partidarios de haber perdido en Rancagua y por ende, a la patria y los partidarios de éstos, acusaban de lo mismo y  más a Carrera y los suyos.

Como respuesta de las acusaciones de Carrera, 74 militares, entre ellos el general O'Higgins, brigadier Mackenna, los coroneles Juan de Dios Vial, el mariscal don Andrés de Alcázar, y los capitanes Santiago Bueras y Ramón Freire, firmaron un documento en el que pedían protección y amparo a San Martín en contra de los autores de la ruina de la patria para quienes pedían represión y castigo. 

Hallándose encerradas en la villa de Rancagua la primera y la segunda división del ejército, i habiendo consumido todas las municiones en la gloriosa defensa de aquella plaza después de treinta i cuatro horas de fuego contínuo, no quisieron don José Miguel i don Luis Carrera auxiliarla con la tercera división, sin embargo de haberlo ofrecido cuando se les hizo saber el estado peligroso de aquella plaza. La imponderable cobardía de estos hombres no les dio lugar a otra cosa que a presentarse a diez o doce cuadras de Rancagua para entregarse luego a una fuga vergonzosa...

Los partidarios de Carrera presentaron sus descargos firmando, más de 130 oficiales de menor graduación un documento dirigido al Excmo gobierno superior de los emigrados de Chile, pidiéndole protección contra las autoridades de Cuyo por el temor de ser degollados una vez fueron expulsados los oficiales de mayor jerarquía.

Las facciones estaban separadas: Carrera se adueñó del cuartel de la Caridad y las tropas de O'Higgins, lideradas por Alcázar, se mantenían en el otro lado de la ciudad. Y para contribuir más aún al ambiente tenso, Juan José Carrera envío una nota de desafío a Juan Mackenna señalándolo como el mayor instigador en contra de su familia. El valor de Juan José estaba en entredicho producto de sus conductas anteriores en el campo de batalla, especialmente en Rancagua, que, siendo el oficial de mayor graduación, le entregó el mando a O'Higgins y se mantuvo todo el tiempo que duró el lance, escondido en una de las iglesias del sitio. Cuando dieron la voz de romper el cerco, fue de los primeros en salir dejando incluso a un amigo suyo a merced de Osorio cuando éste cayó de su caballo en la huida.

Brigadier Juan Mackenna

Se presumía que el duelo no tendría efecto, sino que se trataba más de una trampa para atraer a Mackenna a un lugar apartado y vengarse con ventaja. San Martín se enteró del desafío y tomó todas las providencias del caso para que no se llevara a cabo.

San Martín, cansado de la situación les aconseja a ambos bandos que resuelvan sus conflictos con el gobierno central aun sabiendo cuales serían las respuestas para cada cual.

Por esta razón, José Miguel Carrera envío a su hermano don Luis Carrera y al coronel José María Benavente en representación de su gobierno a defender la causa de sus emigrados.

Días antes de la llegada de Luis y José María, llegó a Buenos Aires, el brigadier Juan Mackenna y su compañero y primo don Antonio José de Irisarri, en representación de la facción contraria a Carrera para ponerse a disposición del país vecino. Tenían además, relaciones de amistad con el secretario de guerra don Francisco Javier de Viana que los recibió favorablemente por cuanto lo que contaba Mackenna se veía confirmado por las opiniones de San Martín y el delegado en Chile.

Por su parte, don Luis Carrera y José María Benavente, traían consigo las credenciales de representación emitidas por don José Miguel Carrera, don Julián Uribe y don Manuel Muñoz Urzúa, quienes mantenían en Mendoza ser reconocidos como el "Supremo Gobierno de Chile".

El 9 de Noviembre escribía Luis a su hermano sobre la conferencia que había tenido con el director don Jervasio A. de Posadas, permitiéndose pensar que serían reconocidos sin mayores problemas. Con misma fecha, informaba San Martín al gobierno central de Buenos Aires, que había disuelto militarmente al llamado gobierno de Chile apresando a don José Miguel Carrera y a don Juan José Carrera y los hombres que lo seguían.  Se quejó de esto don Luis pero fue informado que el gobierno central apoyaba las gestiones de San Martín en todas sus formas, es decir, en el apresamiento y destierro de sus hermanos. Ese mismo días llegó la noticia a Buenos Aires que don Luis cargaba consigo una cuantiosa cantidad de oro, presumiblemente del tesoro nacional de Chile. Intentaron descubrir su paradero pero fue imposible. La llegada de más personas emigradas de Chile hablando en malos términos de la conducta de los Carrera y culpándolos de la pérdida del país no contribuyó a la causa de don Luis.


Sabiendo que don Juan Mackenna se encontraba en la ciudad y el origen de su visita, lo culpó de los chismorreos, de su propia situación y la de sus hermanos. Se hospedaban ambos en posadas distintas pero cercanas. 

Desde la instalación del gobierno independiente, Buenos Aires se abrió al comercio libre con todas las naciones por lo que los viajeros internacionales se multiplicaban. Es por eso que en la zona comercial de la ciudad se encontraban tres posadas dispuestas para recibir a los extranjeros; la posada Los tres reyes, donde se hospedaba el americano Monson a quien don Luis había confiado los caudales traídos desde Mendoza; la fonda Los americanos, donde alojaban Irisarri, Mackenna y su ayudante, Pablo Vargas; la tercera fonda o posada llamada la Fonda de Madama Clara, era donde pernoctaban don Luis y don José María, era regentada por la mujer del capitán americano Thomas Taylor.

En la tarde el 20 de Noviembre se presentó en la habitación de Mackenna el capitán Taylor con una carta de parte de don Luis Carrera, en la que decía:

V. ha insultado el honor de mi familia i el mío con suposiciones falsas i embusteras; i si V. lo tiene, me ha de dar satisfacción desdiciéndose en una concurrencia pública de cuanto V. ha hablado, o con las armas de la clase que V. quiera i en el lugar que le parezca. No sea, señor Mackenna, que un accidente tan raro como el de Talca haga que se descubra esta esquela. Con el portador espero contestación de V. 

L.C.

No era la primera vez que don Luis desafiaba a don Juan. Sucedió en Chile, durante el año anterior, cuando el gobierno central se trasladó a Talca para destituir a los hermanos Carrera de sus respectivos puestos, acusados de falta de disciplina en las tropas, saqueos a las poblaciones y juergas constantes con el resultado de estar perdiendo la campaña contra los realistas. En ese tiempo luchaban del mismo lado Juan Mackenna y los hermanos Carrera. 

Mackenna aconsejó a José Miguel no oponerse a las decisiones del gobierno pero cuando vio que Carrera se empeñaba más y más en quedarse con el poder, resolvió dirigirse él mismo a Talca a informar el estado del ejército. Situación bastante peligrosa de por si, porque debía recorrer una buena porción de territorio enemigo sin escolta y porque José Miguel había ordenado apresar a cualquiera que intentara salir de Concepción sin su permiso. A raíz del informe entregado por Mackenna, bastante negativo en cuanto a la administración y jefatura de los Carrera, estos fueron retirados de sus cargos y el mando entregado a O'Higgins.

José Miguel Carrera pasando revista a las tropas

Mackenna proclamaba que los Carrera carecían de todas las cualidades necesarias para el mando, que su patriotismo era una ambición desenfrenada y que ni siquiera tenían el valor de un verdadero soldado. 

Don Luis estaba en Talca y cuando se enteró de esto, no tardó en enviarle una nota de desafío a Mackenna, cosa que éste aceptó de buen grado. Misteriosamente la Junta Gubernativa se enteró de todo e impidieron el evento.

Más tarde, aludiendo al caso, el vocal de la Junta, don José Ignacio Cienfuegos, dijo que el mismo Mackenna había informado a la Junta del desafió con objeto de que fuera impedido, cosa que sucedió. Estos rumores fueron ofensivos para Mackenna quien pidió se le relevara del cargo para limpiar su honor mancillado como individuo y ciudadano inglés. El gobierno por su parte, calmó los ánimos declarando que el vocal Cienfuegos nunca había hecho tal comentario.

Como sea, ya era el segundo desafío que recibía de parte de don Luis y el tercero por parte de la familia Carrera y lo aceptó sin vacilar.


La verdad siempre sostendré i siempre he sostenido. Demasiado honor le he hecho a V. i a su familia; i si V. quiere portarse como hombre pruebe tener este asunto con más sijilo que el de Talca y el de Mendoza. Fijo a V, el lugar i hora para mañana en la noche; i en esta hora podría decirse si me viera V. con tiempo para tener pronto pólvora, balas i un amigo que aviso a V. llevo conmigo,

De V - M.

El mismo capitán Taylor se encargó de arreglar los detalles del asunto quedando en manos de cada uno de los contendientes, llevar las armas de su propiedad. Proveyó los caballos para ambos y determinó el lugar del enlace en un sitio llamado Bajo de la Residencia a orillas del Río de la Plata.

Ambos mantuvieron en secreto el duelo. Mackenna no confió en Irisarri para padrino sino que eligió a su ayudante don Pablo Vargas para este fin. Por otro lado, don Luis eligió como testigo al capitán Taylor dejando a José María en ignorancia del asunto.

Pasó el día. Carrera practicó tiro con pistola en la azotea de la fonda, luego jugó billar con el capitán Taylor y con Benavente, cenó con ellos y partió al anochecer a caballo diciéndole a Benavente que iría con Taylor y el cirujano a ver a un inglés Mackinly que vivía en el lado sur de la ciudad.

Pistolas de duelo

Mackenna mandó preparar las balas de su pistola sin ningún problema. Pasó la tarde con Irisarri, y mientras recibía la visita de dos amigos, llegó un negro trayendo de la brida el caballo que le enviara el capitán Taylor. Mandó poner sus pistolas en el caballo y partió justificando tener que visitar a su amigo Guillermo Brown, conocido marino inglés avecindado en la ciudad. En la calle se encontró con su ayudante y partieron al lugar de la cita.

La luna creciente apenas iluminaba el lugar y don Pablo Vargas trató de evitar el duelo aduciendo la falta de visibilidad de la hora y otros inconvenientes para que fuera aplazado a la mañana, de estar forma, tener tiempo de que algo sucediera y no se batieran. Pero no dio resultado. Ambos dijeron estar más que dispuestos para acabar con esto.

Por lo tanto y sin más que decir, se cargaron las pistolas traídas por Carrera y se entregaron una cada contendor. Tomaron lugar a doce pasos de distancia y a la señal dada por el capitán Taylor, ambos dispararon las armas. Se escucharon claramente dos tiros, los pocos pájaros que estaban cerca, volaron de sus árboles y en el silencio, solo se escuchó el río cercano. Los duelitas, cada uno en su lugar, no habían recibido daño alguno.

La primera carga no dañó a ninguno

Los testigos instaron a los ofendidos a reconciliarse ya que el hecho de haber disparado salvaba el honor de ambos, y que si no podían separarse como amigos al menos lo hicieran como dos caballeros que se merecen respeto entre sí. Por un momento lo pensaron, pero cuando Carrera insistió en que Mackenna renegara de lo dicho en público, este replicó "No me desdeciré jamás: antes que hacerlo prefiero batirme un día entero". "I yo" dijo Carrera, "me batiré dos".

Sin posibilidad de frenar la situación, Vargas dijo que se retiraría pero Taylor se lo impidió diciendo que luego de una segunda ronda de tiros, intentarían persuadir a los enemigos a dejar el campo de honor.

Se cargaron ahora las armas de Mackenna y se le entregaron a cada uno. Doce pasos y la voz de "Fuego" pero solo se escuchó un disparo. El arma de Carrera aun humeaba cuando Mackenna, con el brazo levantado en actitud de disparo, caminó tres pasos y cayó pesadamente en los brazos de su ayudante Vargas que se había adelantado para sostenerlo. Una bocanada de sangre brotó de su boca en un intento de hablar y Taylor atrajo a Carrera y le sostuvo la mano junto con la de Mackenna en un intento póstumo de reconciliación. El cuerpo se convulsionó con la muerte y el brigadier murió en silencio. 

La bala de Carrera enviada con precisión, viajó por encima del cañón que lo apuntaba y destrozando el pulgar y gatillo, atravesó en su viaje la garganta de Mackenna, se alojó en el hombro izquierdo, causándole le muerte casi instantánea.

La bala entró por la derecha, atravesó el cuello y se alojó en el hombro izquierdo

Al cirujano presente solo le quedó certificar la muerte y, pasado el primer instante de impresión, todos acordaron partir inmediatamente de ahí dejando el cuerpo tirado en el campo. Como medida de precaución, sacaron la esquela de desafío del bolsillo del cadáver y acordaron cada uno su coartada. Esta muerte no debía tener testigos, si caía uno, estaban todos listos.

Luis Carrera entregó el mismo el caballo que montaba y luego se juntó con Benavente con quien fue de visitas a una casa de familia donde estuvo hasta la medianoche.

Pablo Vargas por su parte, llegó con el uniforme manchado de sangre y le contó, casi de inmediato, todo lo sucedido a Irisarri, luego partió a la fonda de Taylor donde se cambió de ropa. Cuando volvió, contó nuevamente los sucesos a  dos amigos de Mackenna, y señaló que en la casa de Taylor se había quedado su ropa ensangrentada y la silla de montar del difunto.

En la madrugada del día siguiente, un peón que se dirigía a su trabajo descubrió el cadáver ensangrentado de Mackenna pero sin que sus ropas y arreos hubieran sido tocados. Avisó a su patrón don Joaquín Villalba quien además era alcalde del distrito, se levantó el cuerpo y fue depositado en la puerta del cabildo para que fuera reconocido por alguno de los transeúntes.

La ciudad amaneció con la noticia del asesinato del brigadier Juan Mackenna. Los rumores no paraban culpando a Luis Carrera de la muerte. Fue Irisarri quien reconoció el cuerpo tirado en la entrada del cabildo. Avisado el gobernador, dispuso que el cuerpo fuera llevado decente y respetuosamente a los curas franciscanos para darle sepultura. Los franciscanos se negaron aduciendo que no podían enterrar en suelo sagrado a quien moría a causa de un duelo, así que fue llevado y enterrado en la Iglesia de los Dominicos.

Ya era mediodía cuando se le dio sepultura y los chismorreos crecían. A estas alturas, Mackenna aparecía como un pobre asesinado a manos de Luis Carrera, que las pistolas habían estado amañanadas e incluso que se le había rematado a cuchillo generándole un corte en el pecho.

Luis Carrera fue hecho prisionero pero su declaración fue cerrada y con testigos que la confirmaban. Aún así, en su uniforme tenía rastros de sangre seca. Fue puesto en incomunicación por lo que durara la investigación.

Se llamaron a todos los testigos posibles pero no se pudo avanzar nada. Hubo testimonios del sonido de los disparos, de que vieron a un grupo de hombres a caballo por el lugar en la noche, de las supuestas visitas realizadas y no realizadas, pero  no había ningún testigo presencial que dijera cómo había sido el duelo. Oficialmente al menos, porque a voz del pueblo se conocían todos los detalles y los implicados. A estas alturas, tanto el ayudante Vargas como el capitán Taylor se encontraban fuera de la ciudad y no pensaban volver por el momento. 

Cabildo de Buenos Aires donde fue dejado el cadáver de Mackenna

José Miguel llegó a Buenos Aires y se enteró del encarcelamiento de su hermano. Buscó algunos contactos y presentó por escrito al Supremo Director, una queja por el tratamiento dado a su hermano y una acusación criminal en contra de Irisarri como detractor público de la familia Carrera. 

El proceso formado de órden suprema con el fin de descubrir el autor de la muerte de don Juan Mackenna, no descubre a dicho mi hermano, hasta su actual estado, segun entiendo como autor de aquel funesto suceso; i cuando despues de habérsele tomado su confesion parece que debió restituírsele en comunicacion i luego su libertad, se halla hasta el dia tan estrechado como al principio por los nuevos conatos de Irisarri, qua ha jurado sin duda se eterno antagonista de los Carrera. 

Con este documento, se dio libertad a Luis Carrera y se acallaron en parte las habladurías de la ciudad. Con todo, los hermanos se quedaron en Buenos Aires y el destino, esta vez, fue un poco más favorable a sus deseos  ya que comenzaba una pequeña y sutil oposición en contra de San Martín y el gobierno ya no estaba tan a favor de sus movimientos favoreciendo con esto, los objetivos de Carrera.

Jervasio Posadas que había tomado partido por San Martín y los emigrados de Chile favorables a O'Higgins dejaba el mando luego de un difícil gobierno. En su lugar, la asamblea designó por una pluralidad ascedente de sufrajios, al brigadier Carlos María de Alvear, de 24 años que había prestado servicios en España junto con José Miguel Carrera y sus opiniones y comentarios esta vez, fueron escuchados.

Del esclarecimiento de la muerte de Mackenna, el caso fue cerrado sin culpables, aun cuando toda la ciudad y en Mendoza, se conocían los detalles de lo ocurrido.





Fuentes:

- El ostracismo de los Carrera. Benjamin Vicuña Mackenna
- Historia Jeneral de Chile. Diego Barros Arana
- El ostracismo de Bernardo O'Higgins. Benjamin Vicuña Mackenna
- Memoria Histórica de la Revolución de Chile. Fray Melchor Martínez

4 comentarios:

  1. Esclarecedor relato de un suceso significativo de la historia chilena y americana. Muchas gracias.

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  2. Le recomiendo que lea La dictadura de O'Higgins, de Miguel Luis Amunátegui; Carrera y Freire: fundadores de la República, de Julio Alemparte, El diario militar de don José Miguel Carrera, escrito por él, y José Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Río de la Plata, antes de hablar con tal injusticia de José Miguel Carrera, verdadero padre de la república chilena (y sus hermanos). El propio Vicuña Mackenna, que usted cita como fuente, dijo: "José Miguel Carrera es el único hombre que, entre todos los chilenos, sin excepción a ninguno conocido, se presenta a las generaciones llevando sobre su frente la fúlgida diadema del genio".
    Hasta sus enemigos admiraban a JM Carrera. Eso lo dice todo.
    Y en cuanto a O'Higgins, causante del desastre de Rancagua por desobedecer las órdenes de JM, fue un canalla, tirano y traidor, carente de la maestría militar, el coraje y la estatura moral de José Miguel.

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  3. José Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Río de la Plata es de la argentina Beatriz Bragoni.


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  4. La anécdota del duelo es una cosa. Y, dado el contexto de la época, refleja el arrojo y el honor del noble Luis, el menor de los Carrera. Después, como se ha inflado a O'Higgins y San Martín, masones "hermanos" de la logia lautarina, que eran partidarios de la tiranía y de las monarquías constitucionales más que de una idea de república. A O'Higgins le hicieron un golpe de estado, los militares y el pueblo chilenos. A San Martín lo paró Bolívar en Perú.

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