Mención Honrosa Concurso "Mi vida, mi trabajo": La Entrevista


Gloria se levantó esa mañana decidida, contenta. Abrió las cortinas del ventanal del departamento para darle paso a la brumosa mañana santiaguina. De fondo, la cordillera imponente, el cordón vertebral de América, le saludó con sus colores.


Se visitó con dedicación. Iba a una entrevista importante para conseguir aquel puesto que hace años estaba postulando. Ganarse los puestos para las cátedras universitarias en este país era difícil. Y aunque ella se sabía, y varios también, sobrecalificada para las clases que estaba dando, por más que año tras año postulara, no pasaba de las primeras etapas del proceso. Pero esta vez había sido diferente. La habían citado con el rector para una entrevista personal.

Se maquilló con cuidado, se vistió pensando en una situación formal pero sin perder su juventud ni sus colores. Como buena colombiana, no podía evitar los esmaltes de uñas adolescentes ni las pulseras que sonaran, pero era parte de ella y su  identidad.

Pasó por fuera de la bodeguita del mal. Así llamaba a una verdulería pequeña que había cerca de su departamento. Estaba bellamente decorada y una tarde que necesitaba limones pasó a comprar. Cuando entró, una voz detrás del mesón dijo fuerte y claro: “aquí no se atienden negros”. Ella miró para todos lados. ¿Lo decía por ella? Ella no era negra, era morena. Un negro era alguien de rasgos africanos, piel mucho más oscura y pelo casi pegado al cráneo de tan crespo. Personas absolutamente respetables por lo demás. En cambio, ella tenía el calor del sol en la piel y una música en las caderas que era imposible que alguna chilena supiera lo que se sentía al caminar. “Ya te dije negra, ándate de mi negocio, vuélvete a tu país”. Fue un golpe en pleno estómago. Incapaz de contestar algo, solo pudo salir de ahí hasta el refugio de su cama. Ni los diplomas, ni los viajes la habían preparado para un ataque tan frontal. Pasó el resto del día protegida por las colchas como coraza sintiéndose un insecto, minúscula y sola. Al día siguiente se levantó y a propósito, pasaba camino a la universidad para demostrarle a él y a ella misma, que no necesitaba de ese lugar, que no se iba y que se abriría futuro en esta tierra fría y temblona.


Así que ese día hizo su camino habitual y la mañana se le hizo hermosa; se le expandió en el pecho llenándola de buenos augurios, esta vez lo conseguiría. Un edificio inmenso, de gris señorial y con los recovecos coloniales que le daban aspecto de sabiduría, la engulló con su destino.

-Tiene usted un curriculum impresionante- dijo el hombre al otro lado del escritorio.

Ya habían pasado las presentaciones, frases de cortesía y explicaciones sobre la universidad. Estaban entrando en terreno derecho.

Los ojos de él, redondos y con unas pequeñas bolsas, la miraban directamente y eso a ella le gustaba. Era un poco bajo o tal vez, el sobrepeso evidente creaba la ilusión de menor estatura. Vestido de chaqueta pero sin corbata, no era tan formal como se veía en la fotografía y seguramente, eso ayudaba a que la conversación fuera más amena.

Gloria se sentía cómoda hablando de sus proyectos, de lo que podía aportar a la universidad con sus conocimientos y capacidades. Y sentía la buena recepción de su discurso. Se veía a sí misma sin la presión del dinero, poniendo fin a meses de miseria, de pagos en cuotas mínimas, de la caridad de los amigos.

-Oh – dijo el hombre mirando el reloj, de pronto – se me pasó volando la hora y no hemos terminado. ¿Te parece si me acompañas a un café para decidir qué hacer contigo?

-Por su puesto – dijo ella. No se podía negar, todo estaba saliendo tan bien, la respuesta sería mejor, de eso estaba segura; lo sentía.

El café quedaba fuera de la universidad. Era bonito, pequeño pero confortable, se parecía a uno que ella frecuentaba en el Barrio Lastarria, aunque todos los cafés se parecen un poco.


El quiso saber más de su vida, su familia y cuánto tiempo llevaba en Chile. Ella, en la comodidad de la conversación, se fue relajando y le contó que estaba sola, que no tenía pareja por el momento y que hacía años que había dejado su país para irse a conocer el mundo y ampliar sus conocimientos.

-¿Te das cuenta que el mundo universitario es mayormente un mundo de hombres?- preguntó él.

-Claro que me doy cuenta, pero no creo que el hecho de ser mujer sea perjudicial para mi carrera; tengo las mismas o mejores capacidades que muchos – respondió. Algo en el tono se le hizo sospechoso.

-Obviamente, nadie duda de eso. Pero –la miró directo a los ojos – la mitad de tus colegas pensarán que eres tonta y la otra mitad, sino más, querrán acostarse contigo y esperarán que lo hagas para conseguir tus metas.

El café se le cuajó en el estómago como cemento recién hecho impidiéndole decir una palabra.

-De todas formas, si algo así pasa, no dudes en acudir a mí – dijo el hombre. Su mano como zarpa estaba acariciando sus dedos – yo te protegeré. Si quieres el puesto, claro.

La propuesta estaba hecha. Si quería el trabajo, tenía que pasar por su cama. Durante un segundo se vio despeinada, sacudida y desnuda moviéndose a un ritmo impuesto por ese cuerpo sudoroso y gordo, el resoplido asqueroso de esa babosa pegado en su cuello. El estómago le dio tres vueltas preparándose para subir, la boca se le llenó de saliva amarga.

Sacó lentamente su mano de debajo de la garra y se limpió con la servilleta. Intentaba juntar las palabras revueltas que chocaban en su cabeza, tenía que darle orden lógico para que pudieran entenderse a la primera. Recordó la bodeguita del mal. No permitiría que le pasara de nuevo. Esta vez se defendería.

-Mire "señor" – la frase calló como ladrillo sobre la mesa – aquí donde usted me ve, soy morena, colombiana y sin muchos amigos en este país- se levantó para hablarle desde la altura, las pulseras sonaban al compás de sus movimientos- Pero no necesito de nadie que me proteja, menos alguien como usted, asqueroso.

Se dio media vuelta para salir; de pronto recordó a la diva que llevaba dentro.

-Seré pobre, necesito el trabajo, pero soy digna.

Y en esa dignidad se envolvió como un escudo saliendo del café sin dejar que ni una lágrima cayera hasta que llegó a su casa, se enrolló en el caparazón de mantas y lloró la desilusión, el dolor de la patria lejos y la soledad que se la tragaba.


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